viernes, 25 de octubre de 2013

''Cara de ángel'' vs. ''Buenos días tristeza''

Cara de Ángel y Buenos días, tristeza: dos caras de una misma moneda

Dentro de la variada filmografía del gran Otto Preminger existen dos películas que aunque pertenecen a géneros muy diferentes poseen bastantes puntos en común: Cara de Ángel (Angel Face, 1952) y Buenos días, tristeza (Bonjour tristesse, 1958). Estas coincidencias residen en algunos aspectos argumentales pero sobre todo en el personaje central, Dianne (Jean Simmons) en el caso de la primera y Cécile (Jean Seberg) en la segunda, dos visiones bastante interesantes del mito de Electra, aunque muy parecidas con algún aspecto diferente también.
     

  1.      Cara de Ángel: crónica de una mente perturbada


 Cara de Ángel (Angel Face, 1952) parte de un guión de Frank Nugent y Oscar Millard basado en un argumento de Chester Erskine, uno de los personajes más polifacéticos del Hollywood de la época: discreto director de cine comercial (El Huevo y yo, 1947; Andocles y el León, 1952), fue sin embargo un destacable director y empresario teatral de espectáculos en Broadway y ejerció además labores de escritor, productor y guionista cinematográfico.
Aunque es considerada como una de las películas más importantes del cine negro americano, lo cierto es que se apunta también a una moda que existió en el Hollywood de la época por el cine psicológico, más concretamente por las teorías freudianas. Se realizan films dramáticos, policiacos o de terror (y alguna que otra comedia) en los que los personajes principales suelen padecer traumas o conductas patológicas o esquizofrénicas provocadas por hechos del pasado, con frecuencia relacionados con trágicos sucesos acaecidos durante la infancia o con traumáticos conflictos en los que aparece siempre la figura del padre o de la madre. Esta moda que como digo surgió a mediados de los años 40 ha llegado hasta prácticamente nuestros días y ha dado lugar a grandes films como Recuerda (Spellbound,1945 Alfred Hitchcock), A través del espejo (The Dark Mirror 1946, Robert Siodmak), Secreto tras la puerta (Secret Beyond the Door, 1947, Fritz Lang De repente…el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959, Joseph L. Mankiewicz), ), Psicosis (Psycho, 1960, Alfred Hitchcock), ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962, Robert Aldrich), Marnie La Ladrona (Marnie, 1964, Alfred Hitchcock),  Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980, Brian de Palma) o El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1991, Jonathan Demme); pero también grandes fiascos o truños inenarrables como Análisis final (Final Analysis, 1992, Phil Joanou), El color de la noche Color of Night,1994, Richard Rush) o las españolas, El asesino de muñecas (1975, Miguel Madrid) o Entre las piernas (1999, Manuel Gomez Pereira); eso sin contar algunos acercamientos más o menos desafortunados hacia la figura de Freud como Freud, pasión secreta (Freud, the Secret Passion 1962, John Huston), Elemental, doctor Freud (The Seven-Per-Cent Solution, 1976, Herbert Ross) o Un método peligroso (A Dangerous Method, 2011, David Cronenberg) y alguna que otra parodia simpática realizada por el inefable Mel Brooks como Máxima ansiedad (High Anxiety,1977). Por supuesto, el psicoanálisis forma parte fundamental del humor de Woody Allen desde el comienzo de su carrera como actor y director, así como de prácticamente toda la obra cinematográfica y teatral del gran Ingmar Bergman.
Así Angel Face combina con suma habilidad lo criminal con lo psicológico, dando como resultado una película más cercana al drama que el cine negro en sí. El film está protagonizado en sus papeles principales por una espléndida e inquietante Jean Simmons (Diane), estrella absoluta del film, y un inexpresivo y limitado Robert Mitchum (Frank Jessup), que parece llevar siempre una ropa dos tallas más grande, pero que sin embargo resulta eficaz y convincente en su papel de presunto “pardillo”, ya que debe representar a un sujeto bastante primario pero con mucho bagaje y al que resulta complicado manipular o tomar el pelo. Como tercero en discordia, nos encontramos con el gran Herbert Marshall, como el padre de Diane, un escritor en crisis que ha dado el “braguetazo” de su vida, contrayendo matrimonio con una mujer muy rica y que se pasa gran parte del tiempo en batín, gastando dinero sin ton ni son y sin dar un palo al agua. Su personaje tiene algunos puntos en común con el que interpretó en algunos dramas junto a Bette Davis como La Loba (William Wyler, 1941) es decir, un sujeto pusilánime y blando, sin mucho carácter y siempre a expensas de lo que ordenen y manden las mujeres de su entorno. 
El argumento es muy simple: Diane siente adoración por su padre y odia a su madrastra. Piensa que ha cambiado a éste– la culpa de su inactividad literaria -  y la película comienza con un intento de asesinato frustrado por parte de ésta que se queda en un mero accidente sin importancia.  A partir de aquí, Diane parece que se siente atraída por un conductor de ambulancias llamado Frank Jessup, que en principio parece que se deja querer por la chica. La relación que ambos mantienen se mueve siempre en la ambigüedad: ¿Está realmente Diane enamorada de Frank o sólo quiere manejarlo para conseguir implicarlo en el próximo intento de asesinato de su madrastra? ¿Es capaz de querer de verdad o sus sentimientos son producto del capricho? Y en el caso de Jessup, ¿Es tan tonto como parece o simplemente se está dejando manejar para conseguir así su sueño de poseer su propio taller de reparaciones de coches de carreras?
En ese sentido, la creación de Jean Simmons resulta asombrosa y espectacular, sobrecogedora y perturbadora en grado sumo - desde mi punto de vista, está de Óscar -, ya que refleja a la perfección con su interpretación los rasgos y conductas de una personalidad bipolar, que por un lado se siente “enamorada” de su padre y que desea librarse para siempre de su madrastra, pero por otro cree encontrar en Frank su tabla de salvación para cambiar y para conseguir ser mejor persona y madurar. Sin embargo, Jessup no se fía de ella, piensa que está completamente loca y duda de los sentimientos que dice sentir hacia él. No hace falta contar nada más ya que es fácil deducir que los acontecimientos se tornan cada vez más dramáticos y que la historia lógicamente no tendrá un final feliz.
No quiero dejar de destacar tampoco la banda sonora compuesta por el genial Dimitri Tiomkin que crea un tema principal que se repite obsesivamente a lo largo del film en diferentes versiones (orquestal, piano y orquesta, sólo a piano): la siniestra y triste melodía que Diane toca al piano cuando va a hacer de las suyas o cuando se siente frustrada o contrariada. La imagen de Jean Simmons al piano, la inquietante y oscura expresión de su rostro mientras suena la melodía, es fiel reflejo de su mente perturbada y dividida.
Quizá sí tendría que poner alguna pega al guión: estructurado en tres actos, considero que el segundo de ellos en el cuál se desarrolla un proceso judicial contra la pareja, resulta algo farragoso e innecesario, rompiendo en parte el clímax planteado al comienzo. En cuanto los personajes salen de la casa o del ambiente en el que se suelen mover, la película pierde algo de fuerza e interés. Afortunadamente, cuando el juicio concluye el film recupera el ritmo inicial así como la atmosfera malsana que se respiraba en el primer acto. En ese sentido, la realización de Preminger me parece encomiable pero, desde mi punto de vista, todo el apartado procesal se podía haber contado en elipsis y el film habría ganado en agilidad y no se habría roto toda la atmosfera claustrofóbica planteada hasta ese momento. Se pierde un poco la sensación de personajes enjaulados en un laberinto de pasiones, prisioneros de una relación autodestructiva y enfermiza, que afortunadamente se recupera durante el trágico desenlace de la cinta; un film perturbador e inquietante pero también profundamente triste y nihilista.



  2.      Buenos días, tristeza: las inquietudes de una niña caprichosa


  
En Buenos días, tristeza, Otto Preminger nos cuenta otra versión del mito de Electra. En esta ocasión el film resulta una adaptación bastante fiel de la novela homónima firmada por Françoise Sagan por parte del guionista Arthur Laurents; libro que se convirtió en una auténtico fenómeno editorial en su momento, en parte por la más que impactante personalidad de la Sagan pero también por el carácter autobiográfico de la obra, algo que forma parte de prácticamente toda su producción literaria.
En este film, Preminger y su guionista parece que optan por un argumento más cercano a la comedia dramática; es decir, no existen planes premeditados de asesinato por parte de la Electra en cuestión aunque comparte con Cara de Ángel, idéntico punto de partida: una chica joven de unos veinte años, Céline, interpretada con enorme naturalidad y frescura por Jean Seberg, está acostumbrada a vivir con su padre, un reputado publicista pero que es un auténtico vividor, que la lleva de viaje por todos lados, la deja hacer lo que quiere y la acostumbra a la buena vida, los casinos, las salas de fiesta o los veraneos en la Costa Azul. Desde que su esposa murió durante un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial, Raymond, interpretado de manera ajustada y convincente por el gran David Niven, no ha conocido pareja estable, sino que más bien le gusta picar de flor en flor, hasta que se aburre y busca una nueva. Esta personalidad tan libre y tan poco comprometida, apasiona a Céline que ve su padre un espejo en el cuál reflejarse. Por eso, cuando aparece en sus vidas la diseñadora Anne Larsson, bajo los rasgos de la correcta y sobria Deborah Kerr, dispuesta a casarse con Raymond, pretensión con la que éste parece estar de acuerdo, Céline la ve como una intrusa de la que conviene deshacerse lo antes posible.
En ese sentido, la interpretación de Jean Seberg resulta muy convincente ya que representa de manera genial a esa niña caprichosa que piensa que una mujer como Anne, tan puritana, recta y antigua  resulta una amenaza no sólo para su padre sino para el tipo de vida libertina que ambos están acostumbrados a vivir. A Céline no le importa en absoluto los ligues de Raymond, lo que le preocupa es que haya encontrado por fin una mujer que le haga sentar la cabeza.
Tampoco existe en este caso, amante a quién manipular, sino que el plan es realizado con la complicidad de un ex - ligue de su padre y un chico por el que se siente atraída sin más y que veranea cerca de su casa. Su plan resulta bastante inteligente y muy bien urdido pero también en apariencia se nos antoja del todo inofensivo ni que vaya a tener las consecuencias fatales en las que llega a desembocar. En ese sentido, comparado con las intrigas de Diane en Angel Face, resulta simpático, una travesura sin más; sus pretensiones de romper el compromiso de su padre están más cerca quizá de las estrategias que urdía Julia Roberts en La Boda de mi mejor amigo (My Best Friend's Wedding, 1997, P.J. Hogan). No nos enfrentamos por tanto con mente criminal alguna; ni siquiera Céline se nos presenta como una joven perturbada o confundida, sino más bien como una caprichosa que siente que todo su mundo de ocio y aventura se viene abajo por la aparición de una “bruja”. Su personaje provoca mayor simpatía que Diane porque es menos oscuro y perturbador, más “normal”.
En esta ocasión, Otto Preminger parece querer realizar un film a la europea, no sólo por las localizaciones (Paris, La Riviera Francesa) sino también por la estructura en la cual se desarrolla la trama, el tono con el que la historia está contada, la naturalidad de las interpretaciones (apreciadas en su versión original) y el envoltorio estético (fotografía, música).
Lo más destacable sin duda es el planteamiento estructural del argumento ya que la historia está contada en dos planos: uno, contado en blanco y negro y que describe el presente de Céline y Raymond; y otro, en color, que se centra en el pasado durante las vacaciones de ambos en una casa a pie de playa, en la Costa Azul. La parte en blanco y negro refleja la abulia, la tristeza y el remordimiento que siente la joven por algo terrible que, según ella, sucedió en el pasado. El grueso del film lo ocupa la parte en color que refleja la alegría de ambos durante esa época y la aparición de la diseñadora Anne Larson, como elemento perturbador, en sus vidas. La narración en color es interrumpida en breves ocasiones por la que acontece en blanco y negro hasta el desenlace de la cinta que concluye como comenzó en tonos grises y tristes.  
Céline se nos antoja como una joven alegre y muy moderna, bastante inmadura y voluble, mientras que Diane en Angel Face resulta una joven introvertida, misteriosa, oscura pero también dulce y encantadora; ambas son grandes manipuladoras. En ese sentido, Jean Seberg realiza una creación muy cercana a su propia personalidad. Donde más brilla sin duda como actriz es en los momentos en blanco y negro, en los cuáles su rostro refleja los cambios de su existencia; y en los que se nos describe como aquel duro golpe la ha hecho madurar pero a fuerza de vivir eternamente atormentada.



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