viernes, 29 de agosto de 2014

Especial Audrey Hepburn, la dulzura hecha actriz (IV): El tenso rodaje de ''Sabrina''

 ''Sabrina'' tuvo una filmación muy difícil. Los problemas se sucedieron a lo largo de la fase de pre-producción y sobre todo, durante el posterior rodaje.




Complicaciones a la hora de trasladar el material teatral al medio cinematográfico


Durante los años 40 y 50, era frecuente que los estudios de Hollywood compraran los derechos de obras de teatro (incluso antes de su estreno oficial) que creían que tenían un enorme potencial para el cine. ''Sabrina Fair'' de Samuel Taylor, se estrenaría en Broadway en Noviembre de 1953, pero mucho antes de su estreno, la Paramount ya se había hecho con los derechos para su adaptación cinematográfica.
Samuel Taylor se desplazó a Hollywood para supervisar el guión cinematográfico junto a Billy Wilder. Sin embargo, ninguno de los dos, llegaron a ponerse de acuerdo. Wilder pretendía cambiar radicalmente la obra para hacerla más accesible al gran público, perdiéndose por el camino, la delicadeza, inteligencia y profundidad del material original. Tras dos meses de trabajo, Taylor fue totalmente consciente de las intenciones de Wilder y en sus palabras, estaba banalizando excesivamente su comedia. Enfadado pero cordial, se retiró del proyecto. Samuel Taylor comprendía que eran necesarios los cambios, añadidos y las transposiciones, pero no aceptaba que se modificara por completo la comedia y su sentido, ya que con estas maniobras de Wilder, sus personajes, los temas y por extensión el material entero, se volvieron irreconocibles. Ante la renuncia de Taylor, se contrató a Ernest Lehman (''El rey y yo'', ''Chantaje en Broadway'', ''Con la muerte en los talones'' o ''Sonrisas y lágrimas'') pero de nuevo, hubo problemas. La tozudez de ambos, cristalizó en una relación profesional complicada, o directamente hostil. A pesar de estos roces, siguieron con el guión, aunque cuando el rodaje se inició a principios de Octubre, todavía no estaba terminado.


Error garrafal de Wilder: escoger a Bogart


Cary Grant era la elección principal de Billy Wilder, pero al igual que con ''Ariane'' rechazó el papel por temor a verse ''demasiado'' viejo al lado de la jovial Audrey Hepburn. Fue entonces, cuando el genial cineasta, tomó una decisión desafortunada (años después, confesaría que esta elección fue totalmente equivocada, aunque intentaran por todos los medios adaptar el personaje a este intérprete, incluso cambiando algunos diálogos, no hubo manera): le ofreció el papel a Humphrey Bogart (en mi opinión, el actor menos indicado para un personaje de estas características). Bogart tenía en aquel momento 54 años, pero debido en gran parte a su prolongada adicción al alcohol, aparentaba bastantes más. Pero lo esencial es que, no daba el perfil para ese tipo de personaje (Bogart era un actor limitado, que clavaba el antihéroe de personalidad dura y en ocasiones, de moralidad dudosa, pero que no terminaba de colar como galán romántico y sentimental al uso, y encima, en un género como la comedia romántica, más restrictivo y demandante de lo que aparenta superficialmente, que necesita de actores muy específicos y con una determinada fisonomía (por ejemplo, con grandes aptitudes para el humor o con una capacidad innata para simpatizar fácilmente con el público), el rostro tan férreo de Bogart crea distancia y por consiguiente, dificulta la empatía del espectador, lo cual, imposibilita su solvencia en este registro). La nula química y credibilidad de Audrey Hepburn y Bogart como pareja, es lo que más lastra a este ligero divertimento.

Humphrey Bogart, dio problemas en el rodaje desde el principio. Estaba descontento con el personaje que le había tocado en suerte y se creó en su mente, la fantasía de que Billy Wilder, Audrey Hepburn y William Holden, estaban en su contra. En el set, mantuvo una actitud déspota, arrogante y cruel. Siempre que tenía oportunidad, metía cizaña, insultando o humillando a sus compañeros de reparto y al director. Bogart en aquella época, era una estrella en decadencia, que se sentía amenazado por jóvenes talentos como Audrey Hepburn y William Holden, que pisaban fuerte. Muchos miembros del equipo de la película, calificaron el rodaje de ''auténtico campo de batalla''.

Audrey (que secretamente era amante del también alcohólico William Holden) intentó no seguirle el juego a Bogart, haciendo caso omiso a las provocaciones del actor, que especialmente en una escena iban dirigidas hacia ella, resulta que la dulce y paciente Audrey, mientras rodaba una determinada secuencia junto a él, se olvidó de dos frases, hecho insignificante, que aprovechó Bogart para lanzarle un dardo envenenado.


Las constantes tensiones del rodaje hicieron mella en el resultado final. ''Sabrina'' es una película digna pero bastante irregular, que se sustenta en el eterno talento y encanto de una actriz de exquisita sensibilidad como es Audrey Hepburn y en el buen hacer de Billy Wilder (a pesar de un guión vacuo, que eliminó los diálogos inteligentes y cargados de dobles sentidos de la versión teatral).
''Sabrina'' tiene una clásica estructura de cuento de hadas (una cenicienta que se convierte en princesa, es decir, una humilde jovencita que muta en una sofisticada mujercita), pero posiblemente con un guión más fiel al material teatral y sobre todo, con Cary Grant en el personaje que se le terminó asignando a Bogart, habría funcionado mejor. Los personajes, especialmente el de Sabrina, se vieron notablemente vulgarizados con tantas modificaciones en el guión (de hecho, la Sabrina teatral, interpretada por una maravillosa Margaret Sullavan, poseía más aristas y hondura que su homóloga cinematográfica). Digamos, que ''Sabrina'' de Wilder, desprende más glamour y encanto, que verdadera solidez. Personalmente, aunque es una comedia que gozó de menor aceptación y que suele ser frecuentemente criticada, prefiero ''Ariane'', también con Audrey en el papel principal y dirigida de nuevo por Wilder, también imperfecta pero en mi opinión, de resultado más satisfactorio.



Audrey Hepburn, en aquel tiempo, era una prometedora actriz, que había ganado un Oscar recientemente por su debut cinematográfico en ''Vacaciones en Roma''. Intérprete tremendamente insegura e introvertida durante toda su vida, tenía encandilado a Hollywood por su talento innato, elegancia natural y físico tan personal (en una época, donde reinaban estrellas con una figura curvilínea como Marilyn Monroe o Elizabeth Taylor, Audrey era algo totalmente nuevo). Aunque al mismo tiempo, los ejecutivos del Estudio, estaban preocupados por su escasez de pecho y por su figura de muchacho, intentaron disimular estas carencias. Audrey siempre se negó a este tipo de artimañas, era consciente de que probablemente tenía un cuerpo imperfecto o poco femenino para los cánones imperantes en aquella época, pero se aceptaba cómo era.

''Sabrina'' fue una de las películas de su trayectoria, que más contribuyeron a convertirla en un icono de moda y marcó su primera colaboración con Givenchy (posteriormente, se volverían amigos íntimos y diseñaría muchos vestuarios para sus filmes). Audrey recurrió primero a la famosa Edith Head (modista habitual de la Paramount, y que, anteriormente, se había encargado de vestirla en ''Vacaciones en Roma''), pero esta vez, no se entendieron. Así que, Audrey decidió viajar a París y buscar el vestuario adecuado para su personaje. Una vez allí, acudió al taller de Hubert de Givenchy. Al joven diseñador, cuando le anunciaron su llegada (antes de verla), creyó que se trataba de Katharine Hepburn y se sintió decepcionado, al descubrir a otra Hepburn distinta. Givenchy con tanto trabajo, no tenía el tiempo necesario para confeccionar un vestuario exclusivo para ''Sabrina'', pero le aconsejó a Audrey, que buscara lo que le interesara entre los diseños ya creados (aunque debido a la insistencia de la actriz, Givenchy cedería y los adaptaría a sus gustos). Fue el comienzo de una afectuosa relación que duró unos cuarenta años. Audrey era una persona tan noble, que solía hacerse querer.

jueves, 28 de agosto de 2014

Jacques Demy y su fabuloso universo encantado

''Intenté luchar contra la creencia de que los musicales no podían hacerse en Francia. ''West side story'' y muchos musicales de Stanley Donen han funcionado bien en territorio francés y eran increíbles. No se han hecho muchos musicales en Francia, pero cuando lo hemos intentado como con ''Let's Go to Deauville'' o ''Let's Go to Montecarlo'', hemos creado una atmósfera de ensueño, estaban llenas de luminosidad y encanto''.  Jacques Demy.

Jacques Demy

 Jacques Demy, procedía de Nantes (Francia), era de origen humilde (padre mecánico y madre peluquera), fue un cinéfilo precoz como tantos otros legendarios cineastas, ''Las películas fueron mi único amor. Empecé a ver cine a los 9 años, principalmente eran películas de Chaplin. Compré mi primera cámara con 13 años. Por consejo de mi padre, estudié carpintería, calderería y electricidad en una escuela vocacional. Quería irme de casa y hacer películas'', relataría el propio realizador. Era un apasionado del arte, desde la pintura, el cine y el teatro hasta los espectáculos de marionetas o títeres. Fue un niño creativo (dibujando, creando sus propias marionetas, etc), despierto y soñador. Tuvo una infancia generalmente feliz (su familia era aficionada al cine y a la música), hasta el estallido de la II Guerra Mundial y la posterior ocupación alemana ''No tengo casi recuerdos duros, hasta los 12 años, con la guerra. Hubo un bombardeo en Nantes el 7 de Septiembre de 1943, fue una experiencia horrible. Y cuando tienes recuerdos como esos y tengo una memoria muy vivida, desde ese momento nada importaba ya. Después de algo tan horrible como aquello, tienes el sentimiento de que nada peor puede ocurrir jamás. Y es, a partir de ahí, cuando empiezas a crear un mundo de fantasía''. 

Jacques Demy dirigiendo a Françoise Dorléac y Michel Piccoli en ''Las señoritas de Rochefort''.
 
''Para Jacques, la infancia era un tesoro. Y la suya, una fuente de inspiración constante para sus películas''. Agnès Varda.


Jacques Demy, fue junto a François Truffaut, uno de los mayores románticos surgidos de la Nouvelle Vague (el estilo de Demy, era también generalmente clásico, melancólico y sentimental, se alejaba bastante de la tendencia innovadora predominante del famoso movimiento artístico francés, que abogada principalmente, por la experimentación formal, la crítica social y la agitación política a la hora de hacer y entender el cine). Los cineastas de la Nueva Ola Francesa estaban fuertemente influenciados por el Neorrealismo Italiano y el cine de la era dorada de Hollywood. Demy aunque también bebía del cine americano (de los grandes clásicos musicales USA especialmente) iba a contracorriente en esta corriente artística renovadora gala, con su magnífico universo encantado, colorido y poderosamente romántico, las obras del guionista y director Jacques Demy desprenden una belleza, sensibilidad, encanto y delicadeza, que cautivan. Dentro de las características esenciales de la obra de Demy (el marcado tono naif, el mundo colorista y los diálogos cantados), ''La bahía de los ángeles'' es la otra cara de la moneda, posiblemente, la cinta más decadente, sobria y desgarrada de su filmografía, siendo la favorita de su hijo, el actor Matthieu Demy (único vástago biológico de su duradero matrimonio con Agnès Varda). En ella, se cuenta la historia de una mujer cada vez más a la deriva debido a su ludopatía, encarnada de manera soberbia por la gran y mítica Jeanne Moreau.

''La bahía de los ángeles''

Demy es descrito como una persona muy humana, cariñosa y amable, pero también perfeccionista y exigente en los rodajes, tenía fama de dejar poco margen a la improvisación actoral, manteniendo todo bien atado desde el principio. Demostró una maestría genial para los musicales (ganó una Palma de Oro, por la maravillosa ''Los paraguas de Cherburgo'', sin duda, su obra cumbre), introduciendo exquisitos diálogos cantados, que servían a la perfección, para enfatizar los sentimientos de los personajes, otorgandoles una mayor resonancia y autenticidad. Su compositor habitual, Michel Legrand, componía partituras deliciosas y mágicas, que remarcaban todavía más el carácter ensoñador y nostálgico de sus películas y las engrandecía de manera muy notable. ''Trabajaban bien juntos. Cuando Michel encontraba una buena melodía, Jacques nos llamaba para escucharla. Y decía 'Ahora viene el tercer pañuelo'. Realmente querían conseguir que el público llorara'' (Agnès Varda).

''Los paraguas de Cherburgo''

Realmente, considero que es un director no lo bastante explorado por el público cinéfilo, al margen de su éxito más internacional (''Los paraguas de Cherburgo'') posee en su filmografía, grandes joyas ocultas como ''Las señoritas de Rochefort'', ''La bahía de los ángeles'', ''Estudio de modelos'' o ''Una habitación en la ciudad'' y películas aunque menores, interesantes como ''Lola'' o ''Piel de asno''.

Gracias a la genial acogida internacional de ''Los paraguas de Cherburgo'', Jacques Demy empezó a soñar con Hollywood, rodando su primera película en USA, la es que considerada como la segunda parte de ''Lola'', ''Estudio de modelos''. Para el papel protagonista masculino principal, su elección personal era el semidesconocido por aquella época Harrison Ford, pero los productores no lo vieron con buenos ojos. Fue, por tanto, una experiencia no demasiado grata a nivel profesional, aunque en lo personal, le permitió probar otro tipo de vida durante dos años, el llamado ''american way of life''.

Jacques Demy, debutó con ''Lola'', la cual suponía un cariñoso homenaje a Max Ophuls. Concebida como una gran comedia musical, fue definida por el propio realizador como un musical sin canciones. Iba a costar en principio 250 millones de francos, sería filmada en color y en scope, con bailes, canciones y gran vestuario, pero el productor De Beauregard (que lo había conocido mediante su amigo Jean-Luc Godard) le dijo a Demy... ''Mira, es un gran proyecto, pero ''Al final de la escapada'' costó 32 millones y si puedes hacer el tuyo por 35, está hecho. Si no es así, no cuentes conmigo''. Con la escasez de recursos económicos para recrear el proyecto tal como lo había concebido Demy desde sus orígenes, tuvieron que prescindir de canciones, grandes vestuarios y todo lo demás, para finalmente filmarla en blanco y negro, con cinco personajes y un equipo técnico reducido, ''Se rodó en 5 semanas, sin sets, vestuarios o luces'', confesaría el propio cineasta.


Catherine Deneuve fue su musa, es el autor que la convirtió en estrella y uno de los directores que mejor la supo manejar en pantalla (colaboraron en cuatro ocasiones). ''Conocí a Jacques cuando yo era muy joven durante un evento formativo. Fue la persona que más me marcó y eso significa mucho. Muy pocos directores han jugado ese papel crucial en mi carrera. Él fue el primer gran director que conocí''. Deneuve no fue la única gran figura cinematográfica con la que Demy tuvo la oportunidad de trabajar, por sus manos, pasaron gente tan grande como Anouk Aimée, Gene Kelly, Marcello Mastroianni, Jean Marais o Jeanne Moreau, etc. 


Su pasión cinéfila nació en un cineclub de Nantes, en el cual, aprendió a amar y a estudiar el cine, descubriría allí a muchos cineastas imprescindibles como Dreyer, Bresson, Renoir, Ophuls, Orson Welles o Luchino Visconti, etc. Y empezaría a apreciar los grandes musicales americanos que le marcarían e influirían posteriormente. ''Las señoritas de Rochefort'' fue su particular versión de los clásicos musicales americanos desde su perspectiva marcadamente francesa.

''En los últimos años, escribía recuerdos de su niñez. Y me hablaba mucho de ellos. Las anécdotas accedían a su memoria, nombres aparentemente olvidados o detalles repentinos. Él hablaba de la diminuta cocina, núcleo esencial de la vida familiar. Hablaba sobre todo de su madre, que era quien allí dirigía y organizaba todo. Le gustaba evocar los domingos en que paseaba en familia y las horas pasaban tranquilamente. Había vivido lo que él llamaba una infancia feliz''. Agnès Varda.


Jacques Demy elaboró un cuerpo de trabajo de vocación claramente onírica y liviana (aunque con una memorable carga melancólica inherente, que impregna la mayoría de sus creaciones), era un autor firmemente interesado en hacer soñar, emocionar y entretener al público por encima de todo, su cine sirve como perfecta vía de escape a los problemas cotidianos, más que como un ejercicio de reflexión social o política. Sin duda, es un director anómalo dentro de la cinematografía francesa, pero Jacques Demy es sinónimo de cine de calidad, imaginativo, personal y audaz.

La implicación de Demy con la Nouvelle Vague no está lo suficientemente esclarecida, hay voces contrapuestas, unos señalan que (aunque sea tangencialmente) parte de su obra sí está asociada a estos revolucionarios cineastas que agitaron los cimientos del cine galo más convencional, y otros, directamente no lo engloban dentro del grupo más reconocible de autores abanderados de esos aires de cambio (François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Claude Chabrol y Eric Rohmer). Lo que sí se puede afirmar, es que Demy fue un cineasta valiente y fiel a sí mismo, que apostó y se especializó en un género como el musical, en un país en el cual (en aquel momento) no había mucha tradición de este estilo de cine tanto amado como despreciado. Los filmes de Jacques Demy, rebosan vida, emoción y jovialidad.


 

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