lunes, 19 de agosto de 2013

Jezabel (1938)

Jezabel (1938) de William Wyler

Una mujer rebelde y valiente viviendo el final de una época



La maestría de William Wyler para el drama es bien conocida entre los aficionados al cine y esta película es un buen ejemplo de ello. El director de origen franco-alemán contribuyó junto con otros grandes directores como John Ford, Howard Hawks o Raoul Walsh a forjar lo que se ha venido a llamar cine clásico estadounidense. 

Wyler trataba de contar cada historia con el tono y el estilo apropiados, en este caso es una historia llena de pasión y de sentimientos encontrados o para decirlo más claramente de visiones del mundo opuestas, que se desarrolla en el estado de Lousiana, durante los años inmediatamente previos a la guerra civil norteamericana. Se trataba de la adaptación al cine de la obra de teatro de mismo título de Sir Owen Davis, estrenada con poco éxito en 1933.




La ambientación y recreación de la época está cuidada hasta el más mínimo detalle, todo convenientemente mostrado con la magistral fotografía de Ernest Haller (Los violentos años veinte, Lo que el viento se llevó o El hombre del Oeste) cuyos movimientos de cámara travellings, panorámicas y uso de la luz (espectaculares y luminosos primeros planos de Bette Davis) muestran perfectamente los diferente espacios en los que se desarrolla la historia, especialmente apreciable en la larga secuencia del baile, en el que Julie Marsden interpretada por una fabulosa Bette Davis (ganadora del Oscar a la mejor actriz protagonista de 1939) y Preston Dillard interpretado por un también excelente Henry Fonda aparecen atrapados en una suerte de microcosmos de rígidas normas sociales del que ella pretende salir. Y es que desde un primer momento Julie Marsden muestra cual es su temperamento: dominante, rebelde e impulsiva, se unen a ésto unos sentimientos contradictorios, por un lado se siente una princesa sureña con todos los privilegios de los que goza una mujer de su clase y de su raza, pero por otro lado detesta las convenciones sociales del mundo en el que vive y trata en todo momento de desafiarlas, a su paso siembra cizaña entre los dos hombres que la aman...
Los actores secundarios también están muy bien interpretados (George Brent, Donald Crisp o Fay Bainter, que se llevó el Oscar a la mejor actriz secundaria de 1939) por lo que no sorprenden los galardones obtenidos por esta película, ya que Wyler fue un extraordinario director de actores y trabajó con los mejores de su época: Bette Davis, Olivia de Havilland, Gary Cooper o Montgomery Clift, son sólo algunos de ellos. 



La película muestra la grandeza y la belleza del viejo Sur, aunque aparece ya en franca decadencia, debido al empuje de los estados del Norte que aparece reflejado tanto en la competencia por el comercio, como en la insostenibilidad de un orden moral y social (el del Sur) en el que el honor se defiende en duelos a muerte y la personalidad individual no tiene hueco al estar sometido a una moral rígida y puritana.

Estupenda película pues, con interesantes apuntes históricos y con una historia estupenda que mantiene la atención del espectador de principio a fin. 


Por Juan Murillo Bodas.

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