PRIMERA PARTE DE NUESTRO ESPECIAL SOBRE AUDREY HEPBURN, AQUÍ.
''Historia de una monja''
(Fred Zinnemann, 1959)
Por Josephb MacGregor
En 1956,
Audrey Hepburn se sentía encasillada en papeles que, aunque le
valieron espléndidas interpretaciones así como nominaciones y
premios, no aportaban demasiados matices ni demostraban hasta donde
podía llegar como actriz. Se veía estancada como una suerte de
joven heroína romántica ya fuera en películas de época (Guerra
y Paz, Mayerling) o en amables comedias sentimentales
(Sabrina, Ariane, Una cara con ángel). Por eso, cuando
su agente Kurt Frings le envío la novela “Historia de una
monja” de Kathryn Hulme, Audrey se mostró entusiasmada con la
posibilidad de interpretar el papel protagonista de la adaptación
cinematografica. Su entusiasmo venía motivado no sólo porque por
fin podría encarnar una papel distinto en la pantalla, sino además
porque se veía muy identificada con Gabrielle van der Mal
(posteriormente Hermana Lucas): ambas eran belgas, habían perdido a
parte de su familia por los estragos de la guerra (su tío fue
fusilado y su hermano Ian fue capturado e internado en un campo de
concetración, mientras que su otro hermano huyo y desapareció
durante mucho tiempo): además Audrey también había colaborado como
enfermera en un hospital. De igual modo, las dos habían
experimentado la sensación de que su envoltorio exterior, aquella
imagen que mostraban no se correspondían con la mujer real, con la
Audrey auténtica y de verdad. Hepburn nunca se sintió comoda con
esa imagen de glamour, elegancia y sofisticación con la que se la
identificada, en su interior se sentía una mujer sencilla y humilde,
nada superficial.
“Historia
de una monja” estaba basada en un personaje real, Marie Loise
Habet. Kathryn Hulme, la autora de la novela, la conoció poco tiempo
después de que ésta abandonará los hábitos y narró a la
escritora, una mujer también con muchas inquietudes espirituales y
sociales, sus diecisiete años como religiosa, que Hulme convirtió
en un libro éxito de ventas en todo el mundo. Entre ambas mujeres
surgió una profunda amistad ya que encontraron muchos puntos en
común. Finalmente, las dos colaborarían de manera conjunta en
grandes proyectos solidarios como el UNRRA (Programa de las Naciones
Unidas para el Socorro y la Ayuda) o en un campo de refugiados que
recibió a más de veinte mil marginados y enfermos, venidos de toda
Europa, e incluso Hulme se convirtió al catolicismo. La propia
Audrey Hepburn cuando se trasladó a Los Ángeles para conocerlas
quedó muy impresionada con la experiencia y mantuvó a partir de
entonces una estrecha y profunda amistad con ellas que, posiblemente,
influiría en su vida de manera decisiva.
Con
respecto a Audrey, por aquellos años su relación con el actor Mel
Ferrer, sufría una profunda crisis por lo que la actriz inició una
relación secreta con el guionista de la cinta, Bob Anderson, que
tampoco pasaba un buen momento sentimental ya que su mujer había
fallecido recientemente y sentía una profunda soledad y vacío
interior. Anderson reflejó algunos recuerdos de dicha relación en
su novela “After”. Su trabajo como guionista resultó de
una gran escrupulosidad llegando a viajar a África junto al
realizador de la cinta, Fred Zinnemanm y el director artistico
Alexandre Trauner para reflejar los detalles de manera más
fidedigna. De igual modo, intercambió correspondencia de manera
continuada con Kate y Lou en la que les interrogaba sobre aspectos de
la vida monastica (rituales, normas, usos y costumbres). Esto se
traduce perfectamente en la película en el que el más mínimo
detalle está cuidado hasta el punto de que en muchos momentos parece
que estamos viendo un documental y no un film de ficción. En ese
sentido, el guionista realizó una adaptación muy fiel al original,
aunque es cierto que también este afán por cuidar el más mínimo
detalle formaba parte de la manera de trabajar de Zinnemamm un
director que siempre consiguió hacer unas películas técnicamente
perfectas.
Este
perfecccionismo queda bien patente cuando se conocen algunas
anécdotas sobre los preparativos del rodaje:
- Se
realizó un casting entre más de setecientas jovenes, de las cuales
ciento nueve pasaron la prueba: eran capaces de andar de manera nada
afectada y sus modales eran sobrios y austeros.
- Muchas
de estas jovenes (Bailarinas, aristocratas o niñas pijas de la
época) fueron instruidas por monjas auténticas sobre como debían
moverse o comportase.
- Para
las actrices de más renombre, Zinnemann organizó una serie de
visitas a coventos de Roma y al hospital Salvador Mundi para que se
familiarizaran con el trabajo de las monjas enfermeras. También
durante el rodaje recibieron el asesoramiento de un sacerdote.
Algunas de ellas, llegaron a residir durante un tiempo en conventos
para conocer de primera mano los rituales monásticos. Además,
preesenciaron varias operaciones quirúrgicas en el hospital del
Congo y para muchas de ellas resultó una experiencia sumamemte
desagradable.
- Durante
el rodaje en el Congo, se utilizaron a lugareños como extras lo que
aportó una enorme verosimilitud a la cinta.
De igual
modo, Audrey se implicó de como nunca en todos los aspectos de la
película por lo que mantuvo constantes conversaciones con todos los
miembros más importantes de elenco artístico desde el director
hasta el maquillador Alberto de Rossi, que tenía el importante reto
de conseguir un maquillaje que mostrase a la actriz como si no
llevara ninguno. Como ya señalé antes, también se entevistó con
Lou y Kate para informarse como debía moverse o comportarse dentro
de un convento, que rituales debía seguir, etc. Para la actriz,
interpretar a la hermana Lucas resultó una experiencia tan
enriquecedora como agotadora. El rodaje en el Congo resultó
especialmente duro y agobiante para todos, pero en especial para
ella. Incluso durante el rodaje en Roma, la actriz sufrió un cólico
nefrítico que la mantuvo alejada del film durante varios días.
Audrey
estaba interesada en que “Historia de una monja” no fuera
la crónica de un fracaso sino la de una liberación, la de un
triunfo personal de autoconocimiento, la de alguien que encuentra
para qué y por qué está en este mundo y cuál debe ser su
verdadera vocación y como llevarla a cabo de manera satisfactoria;
así se lo hizo saber a Zinnemman y éste estuvo de acuerdo en hacer
las modificaciones necesarias en el guión de manera que la peripecia
de la hermana Lucas apareciera como la historia de una transformación
y no de una derrota. Sin embargo, los criticos opinaron justo lo
contrario. Desde mi punto de vista, creo que actualmente la película
se entiende mucho mejor y que efectivamente esa es la sensación que
uno experimenta cuando termina de ver el film, que la protagonista ha
encontrado por fin el modo y manera de sentirse plenamente realizada
como mujer.
Con
respecto a su interpretación, considero que es una de sus mejores
(si no la mejor) de su carrera ya que consigue algo muy dificil y que
muy pocos consiguen: que nos creamos que realmente estamos viendo a
una monja, con sus dudas y vacilaciones, con sus crisis y sus
sacrificios, pero una monja de carne y hueso, real, que nunca cae en
el estereotipo ni tampoco en el lugar común, tipo “Sor Citroen” o
Ingrid Bergman en “Las campanas de Santa María”, sino que nos
muestra a un ser humano. En otras palabras: cuando contemplamos a la
hermana Lucas nunca percibimos a la actriz de “Desayuno con
Diamantes”, “Charada” o “Sabrina”, tan
encantadora como inalcanzable, tan pizpireta como irreal. Hepburn nos
muestra lo que era capaz de conseguir. De hecho, si no hubiera hecho
esta película es muy posible que hubiera quedado para todos los
cinéfilos como una actriz “mona”, simpática, con glamour y no
como la enorme y gran actriz que todos apreciamos.
''My fair lady''
(George Cukor, 1964)
Por Javier Belda Puig
Adaptación cinematográfica del musical de Broadway de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, que a su vez estaba basado en “ Pygmalion”de George Bernard Shaw. Se estrenó en Nueva York en 1956 con Rex Harrison y Julie Andrews en los principales papeles y en 1958 en Londres y desde el principio fue un éxito tremendo por lo que su paso al cine no era de extrañar pero una clausula decía que no se podría llevar a la gran pantalla hasta acabadas las representaciones que fue en 1962 y por esos derechos cinematográficos, Jack Warner pago cinco millones y medio de dólares. Y lo natural es que dado el éxito, Harrison y Andrews repitiesen sus papeles para el cine, pero Warner veía a Andrews como una desconocida y la solicito una prueba de pantalla a la que Julie se negó y el papel fue para Audrey, por si acaso en la recamara, por si no lo aceptaba, estaban Shirley Jones o Elizabeth Taylor. Para el del Profesor Higgins se pensó en Peter O´Toole, Rock Hudson o Cary Grant, este último dijo que no lo aceptaba porque su forma de hablar era más como la de Eliza que como la del profesor Higgins y que incluso no vería la película si Harrison no la protagonizaba, también se tanteó a James Cagney para hacer de Alfred P. Doolittle pero al final el actor que lo inmortalizó en las tablas, Stanley Holloway, lo hizo en la pantalla. Por último, la primera opción para dirigirla fue Vincente Minelli pero el dinero que pedía no se lo podían permitir y la dirección fue para George Cukor, uno de los grandes directores de comedia sofisticada y gran director de mujeres, Cukor y Cecil Beaton, el director artístico y de vestuario tendrían más de un encontronazo. Rex Harrison no estaba muy convencido con que Audrey fuese Eliza, pero luego años después diría de ella, que fue su mejor compañera en la pantalla e incluso ella fue la encargada de entregarle el Oscar como mejor actor. Audrey se llevó un disgusto, al saber que en las canciones iba a ser doblada, pero doblada o no, su interpretación brilla a una gran altura, incluso por internet circulan alguna de las canciones con su voz. “Como si siempre hubiese vivido entre flores”, es el comentario que inspira Eliza Doolittle en el baile de la embajada y nunca fue más acertado con la presencia de la frágil y esbelta figura de Audrey. Como una vez le oí a José Sacristán, que fue un excelente Henry Higgins en el teatro, parafraseando a su amigo José Luis Garci, hay películas que no hay que verlas sentado si no arrodillado en un reclinatorio, sin duda una de ellas es esta. Es quizá el musical perfecto, gran partitura, grandes interpretaciones, grandes decorados y gran vestuario. Una verdadera delicia para los sentidos. El film ganó 8 Oscars, incluyendo Mejor Película, Mejor Actor y Mejor Director.
''Dos en la carretera''
(Stanley Donen, 1967)
Por Rubén Redondo
Hablar y por tanto rebuscar en las ocultas esquinas de mi memoria sobre una película tan emblemática y fascinante como es Dos en la carretera es un ejercicio como mínimo arriesgado, pero igualmente reparador y estimulante. No descubro nada al afirmar que nos hallamos frente a uno de los monumentos al cine en su más pura concepción, alrededor del cual existen incontables artículos, reseñas y comentarios contra los que poco cabe añadir. Recuerdo que mi primer contacto con la película fue hace bastantes años. Por aquel entonces no tendría más de 15 o 16 años y para aquel imberbe adolescente la obra maestra que acababa de adquirir en VHS era una total desconocida. El motivo que me llevó a adquirir este artículo fue la veneración que empezaba a sentir hacia el director de la misma, el siempre fantástico y a veces olvidado Stanley Donen. Había visto ya varias cintas del americano que me habían hechizado, siempre con un inspirador talante cómico y musical. Me refiero a Un día en Nueva York, Siete novias para siete hermanos, Siempre hace buen tiempo y fundamentalmente dos cintas memorables y primordiales para la historia del cine: Cantando bajo la lluvia y Charada.
Por tanto cuando
inserté el vídeo dentro del magnetófono que adornaba el salón de mi casa
esperaba encontrarme con una película de narración clásica y un elevado
componente de comicidad, tal como las grandes obras de Donen
manifestaban en su espíritu. Como adivinan… al finalizar de visualizar
esta obra cumbre del cine me llevé una más que estimulante sorpresa.
Porque Dos en la carretera no era la comedia alegre y optimista que me
esperaba. Al revés, en ella hallé una cinta alejada de los patrones
clásicos de narración y por tanto conectada con las nuevas corrientes
rompedoras del ambiente clásico como la Nouvelle Vague o el Free cinema
británico. Así, la historia estaba narrada de un modo muy poco
convencional a través de diversos saltos en el espacio y en el tiempo
que demolían al carácter marcadamente lineal de los antecedentes del
cine de Donen.
Igualmente la cinta era uno de las más acertadas y valientes reflexiones sobre la realidad, las esperanzas y los obstáculos que dan forma a la institución matrimonial o si queremos ser menos concretos, a la vida en pareja. De este modo, Donen describió con un afilado lápiz el trayecto que discurre desde el encendido de la chispa de la pasión que da lugar al enamoramiento súbito, para pasar después a la unión y convivencia matrimonial que acaba convirtiéndose por el cansino efecto del lento y tedioso paso del tiempo y la monotonía en una conflictiva convivencia en la que la rutina y las cargas y obligaciones laborales que implican la separación forzosa del matrimonio por pequeños lapsos de tiempo terminan socavando la felicidad inicial para transformarla en tristeza y aburrimiento, hechos estos que el ser humano trata de vencer buscando de nuevo esos mapas que esconden las chispas generadoras de la pasión en otros brazos novedosos y aventureros.
Pese a que buena parte de las escenas contengan un cierto regusto amargo, Donen dotó a su cinta de un reparador sentido del humor que convierte a Dos en la carretera en una agradable y romántica tragicomedia que gira alrededor de los conflictos imperantes en un matrimonio. La cinta se beneficia de la química existente entre la pareja protagonista: un joven y atractivo Albert Finney y la siempre angelical Audrey Hepburn que en este film alcanzó, junto con su performance en Historia de una monja, la mejor interpretación de su exitosa y larga carrera. Igualmente destacable es el virtuosismo de Stanley Donen como narrador de historias, de modo que a pesar de que la columna vertebral de la trama se teja entorno a distintos flash back que rompen la linealidad temporal de la sinopsis, la película no se ve perjudicada narrativamente por esta libertalidad narrativa, sino que al revés, las pequeñas subtramas fluyen como el torrente de un río siempre hacia adelante sin detenerse en una pequeña cascada o piedra inserta en su camino. En este rumbo se nota el sentido del ritmo de Donen, totalmente influenciado por el musical, ya que si bien habíamos comentado que el estilo del film se asemeja con los nuevos movimientos vanguardistas de los sesenta, esto es, con la Nouvelle Vague y fundamentalmente con el Free Cinema (precisamente la película tiene como protagonista a la gran estrella de la corriente británica por aquel entonces como era Albert Finney), podríamos calificar a Dos en la carretera como una película musical sin presencia de canciones ni números musicales, pero dotada de unas escenas que presentan una coreografía emparentada claramente con el viejo musical de la Metro Goldwyn Mayer.
De este modo la película emana ese cosmos vitalista y alegre que Donen otorgaba a sus criaturas, siempre acompañado de un cierto componente nostálgico y melancólico, logrando conformar de esta manera un cocktail sugerente e hipnótico. Y es que como en toda buena película de Donen, el optimismo y la esperanza en un futuro mejor acaba triunfando cobre los sinsabores, el vacío y las tribulaciones inherentes a la existencia vital. Es por eso que para el que escribe, Dos en la carretera es el reverso ilusionante y resplandeciente de la que quizás sea la otra gran película versada entorno a la institución matrimonial, que no es otra que Secretos de un matrimonio del director sueco Ingmar Bergman.
Quizás el componente esencial y más importante que posee Dos en la carretera, el cual la ha convertido en una película atemporal y única en la historia del cine, sea el juego temporal llevado a cabo por Donen. Como si de un virtuoso maestro del tiempo se tratase, el cineasta americano juega con el pasado y el presente casi sin que esto sea percibido por el espectador. Únicamente seremos conscientes de este hecho por los cambios de maquillaje y vestuario que se distinguen en el personaje de Audrey Hepburn. La inicial mirada ilusionada y enamorada de Hepburn tornará en desencanto y amargura conforme la monotonía y las decepciones observadas por su personaje conquisten el espíritu del mismo.
Más allá de este recurso estético, el paso del tiempo será un ente invisible a ojos del espectador porque la película rompe con los diversos campos temporales para centrar la atención únicamente en el presente, a pesar de la narración en tiempo pretérito que implica la utilización del flash back. El pasado no existe. Tampoco el incierto futuro. Es el carpe diem en su estado más puro el único habitáculo temporal que interesa a Donen, sin entenderlo en un sentido lineal, sino por el contrario en un sentido curvilíneo repleto de vectores aparentemente deslavazados que se conectan entre sí gracias al paso imperceptible de las manijas del reloj, siendo el presente el intervalo temporal que provoca nuestros cambios de estado, desde la felicidad a la tristeza, de la juventud a la madurez para retornar de nuevo desde la tristeza a la esperanza. Este círculo temporal sin estadios de tiempo es magistralmente trazado por Donen, siendo Dos en la carretera una de las pocas películas en la historia del cine capaz de reflexionar acerca de la importancia del presente en nuestras vidas.
Poco se puede añadir que no se haya comentado sobre el argumento de la cinta. Resumiendo, Dos en la carretera es un viaje en el tiempo y por carretera en la vida de un matrimonio. Él un joven y ambicioso arquitecto y ella una alocada y liberal jovencita alérgica a las ataduras de la vida moderna. La película se estructura en una serie de flash back en los que conoceremos el discurrir de las vidas de los personajes (Mark y Joanna) desde la esperanza hacia el tedio a través de los viajes emprendidos por el matrimonio por el interior y la costa francesa. Así el espíritu rebelde inicial de la pareja se irá aburguesando a medida que Mark asciende laboralmente y Joanna se acomoda a una vida hogareña alejada de los ruidos y problemas de las obligaciones laborales. En los distintos viajes emprendidos por la pareja, todos ellos con la carretera y un coche (prestado o propio) como protagonistas, veremos tambalear la estabilidad conyugal a medida que el éxito profesional y la rutina vencen a la incertidumbre y anhelos de juventud. De este modo la cinta recorre hábilmente los diferentes tramos que componen la vida en pareja, incluyendo infidelidades, amistades perdidas, el nacimiento del primer hijo y las diversas traiciones y reencuentros propios de la convivencia y el discurrir del tiempo.
Sin duda, Dos en la carretera es una película muy especial no apta para todos los públicos debido a su compleja estructura narrativa, que ciertamente, puede resultar cansina para aquellos espectadores no acostumbrados a visualizar películas sin un estrato temporal lineal. Para aquellos a los que les guste el cine con sustancia, reflexivo y con un toque de pícara filosofía, a la vez que divertido, fresco e innovador, Dos en la carretera supondrá un hito dentro de sus preferencias cinéfilas. Y es que esa película que el genio del musical dirigiera a finales de los sesenta, es una de esas piezas que tardan en salir de la memoria del espectador. Suban al auto diseñado por Donen y deléitense gracias al brío y dinamismo de una obra de arte capaz de transgredir los límites del tiempo.
Igualmente la cinta era uno de las más acertadas y valientes reflexiones sobre la realidad, las esperanzas y los obstáculos que dan forma a la institución matrimonial o si queremos ser menos concretos, a la vida en pareja. De este modo, Donen describió con un afilado lápiz el trayecto que discurre desde el encendido de la chispa de la pasión que da lugar al enamoramiento súbito, para pasar después a la unión y convivencia matrimonial que acaba convirtiéndose por el cansino efecto del lento y tedioso paso del tiempo y la monotonía en una conflictiva convivencia en la que la rutina y las cargas y obligaciones laborales que implican la separación forzosa del matrimonio por pequeños lapsos de tiempo terminan socavando la felicidad inicial para transformarla en tristeza y aburrimiento, hechos estos que el ser humano trata de vencer buscando de nuevo esos mapas que esconden las chispas generadoras de la pasión en otros brazos novedosos y aventureros.
Pese a que buena parte de las escenas contengan un cierto regusto amargo, Donen dotó a su cinta de un reparador sentido del humor que convierte a Dos en la carretera en una agradable y romántica tragicomedia que gira alrededor de los conflictos imperantes en un matrimonio. La cinta se beneficia de la química existente entre la pareja protagonista: un joven y atractivo Albert Finney y la siempre angelical Audrey Hepburn que en este film alcanzó, junto con su performance en Historia de una monja, la mejor interpretación de su exitosa y larga carrera. Igualmente destacable es el virtuosismo de Stanley Donen como narrador de historias, de modo que a pesar de que la columna vertebral de la trama se teja entorno a distintos flash back que rompen la linealidad temporal de la sinopsis, la película no se ve perjudicada narrativamente por esta libertalidad narrativa, sino que al revés, las pequeñas subtramas fluyen como el torrente de un río siempre hacia adelante sin detenerse en una pequeña cascada o piedra inserta en su camino. En este rumbo se nota el sentido del ritmo de Donen, totalmente influenciado por el musical, ya que si bien habíamos comentado que el estilo del film se asemeja con los nuevos movimientos vanguardistas de los sesenta, esto es, con la Nouvelle Vague y fundamentalmente con el Free Cinema (precisamente la película tiene como protagonista a la gran estrella de la corriente británica por aquel entonces como era Albert Finney), podríamos calificar a Dos en la carretera como una película musical sin presencia de canciones ni números musicales, pero dotada de unas escenas que presentan una coreografía emparentada claramente con el viejo musical de la Metro Goldwyn Mayer.
De este modo la película emana ese cosmos vitalista y alegre que Donen otorgaba a sus criaturas, siempre acompañado de un cierto componente nostálgico y melancólico, logrando conformar de esta manera un cocktail sugerente e hipnótico. Y es que como en toda buena película de Donen, el optimismo y la esperanza en un futuro mejor acaba triunfando cobre los sinsabores, el vacío y las tribulaciones inherentes a la existencia vital. Es por eso que para el que escribe, Dos en la carretera es el reverso ilusionante y resplandeciente de la que quizás sea la otra gran película versada entorno a la institución matrimonial, que no es otra que Secretos de un matrimonio del director sueco Ingmar Bergman.
Quizás el componente esencial y más importante que posee Dos en la carretera, el cual la ha convertido en una película atemporal y única en la historia del cine, sea el juego temporal llevado a cabo por Donen. Como si de un virtuoso maestro del tiempo se tratase, el cineasta americano juega con el pasado y el presente casi sin que esto sea percibido por el espectador. Únicamente seremos conscientes de este hecho por los cambios de maquillaje y vestuario que se distinguen en el personaje de Audrey Hepburn. La inicial mirada ilusionada y enamorada de Hepburn tornará en desencanto y amargura conforme la monotonía y las decepciones observadas por su personaje conquisten el espíritu del mismo.
Más allá de este recurso estético, el paso del tiempo será un ente invisible a ojos del espectador porque la película rompe con los diversos campos temporales para centrar la atención únicamente en el presente, a pesar de la narración en tiempo pretérito que implica la utilización del flash back. El pasado no existe. Tampoco el incierto futuro. Es el carpe diem en su estado más puro el único habitáculo temporal que interesa a Donen, sin entenderlo en un sentido lineal, sino por el contrario en un sentido curvilíneo repleto de vectores aparentemente deslavazados que se conectan entre sí gracias al paso imperceptible de las manijas del reloj, siendo el presente el intervalo temporal que provoca nuestros cambios de estado, desde la felicidad a la tristeza, de la juventud a la madurez para retornar de nuevo desde la tristeza a la esperanza. Este círculo temporal sin estadios de tiempo es magistralmente trazado por Donen, siendo Dos en la carretera una de las pocas películas en la historia del cine capaz de reflexionar acerca de la importancia del presente en nuestras vidas.
Poco se puede añadir que no se haya comentado sobre el argumento de la cinta. Resumiendo, Dos en la carretera es un viaje en el tiempo y por carretera en la vida de un matrimonio. Él un joven y ambicioso arquitecto y ella una alocada y liberal jovencita alérgica a las ataduras de la vida moderna. La película se estructura en una serie de flash back en los que conoceremos el discurrir de las vidas de los personajes (Mark y Joanna) desde la esperanza hacia el tedio a través de los viajes emprendidos por el matrimonio por el interior y la costa francesa. Así el espíritu rebelde inicial de la pareja se irá aburguesando a medida que Mark asciende laboralmente y Joanna se acomoda a una vida hogareña alejada de los ruidos y problemas de las obligaciones laborales. En los distintos viajes emprendidos por la pareja, todos ellos con la carretera y un coche (prestado o propio) como protagonistas, veremos tambalear la estabilidad conyugal a medida que el éxito profesional y la rutina vencen a la incertidumbre y anhelos de juventud. De este modo la cinta recorre hábilmente los diferentes tramos que componen la vida en pareja, incluyendo infidelidades, amistades perdidas, el nacimiento del primer hijo y las diversas traiciones y reencuentros propios de la convivencia y el discurrir del tiempo.
Sin duda, Dos en la carretera es una película muy especial no apta para todos los públicos debido a su compleja estructura narrativa, que ciertamente, puede resultar cansina para aquellos espectadores no acostumbrados a visualizar películas sin un estrato temporal lineal. Para aquellos a los que les guste el cine con sustancia, reflexivo y con un toque de pícara filosofía, a la vez que divertido, fresco e innovador, Dos en la carretera supondrá un hito dentro de sus preferencias cinéfilas. Y es que esa película que el genio del musical dirigiera a finales de los sesenta, es una de esas piezas que tardan en salir de la memoria del espectador. Suban al auto diseñado por Donen y deléitense gracias al brío y dinamismo de una obra de arte capaz de transgredir los límites del tiempo.
My Fair Lady no me gusta mucho, pero Dos en la carretera me parece un peliculón infravalorado! Genial el especial de Audrey :D
ResponderEliminarSuscribo lo que comentas, ''Dos en la carretera'' es de mis favoritas de Audrey también. Muchas gracias Ana. Besos.
EliminarSi todo sale bien, todavía habrá una tercera parte del especial de Audrey. Ya te avisaré.
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