Donde las almas se venden y se compran
Además de director de cine, Sternberg -que empezó haciendo los trabajos más elementales dentro de la producción cinematográfica- fue además productor, guionista, montador y director de fotografía de algunas de sus películas. Un hombre de cine pues, que concedía un cuidado extremo a la puesta en escena, especialmente en su uso heterodoxo de la cámara, con ángulos complejos y primeros planos arrebatadores, especialmente de sus actrices.
A menudo, a la sombra de otros célebres directores austríacos como Fritz Lang, Erich von Stroheim u Otto Preminger, su valía como director está más que contrastada, junto con Marlene Dietrich rodó sus mejores películas estadounidenses durante los años treinta del siglo XX, pero hoy vamos a comentar una película fuera de ese ciclo.
Su inconfundible estilo en el tratamiento del melodrama le llevó a rodar este El embrujo de Shanghai (The Shanghai Gesture, 1941), que combina elementos de cine negro con otros provenientes del melodrama, todo ello con un tono deliberadamente kistch que su autor lleva hasta las últimas consecuencias apoyado en un guión adaptado de una obra de teatro de John Colton que el propio Sternberg realiza con la colaboración de Jules Furthman, Karl Vollmoeller y Geza Herczeg y en unas actuaciones conscientemente exageradas de Gene Tierney, Walter Huston, Victor Mature y Ona Munson, los cuales interpretan los personajes principales de la película.
La mirada de Sternberg está cargada en esta película, de una especie de naturalismo fatalista, que a su vez, está impregnado de glamour... eso sí no hay ni romanticismo, ni esperanzas, ni ilusiones en un sórdido mundo de prostitución, juego y lujuria, en el que los personajes no son si no objetos intercambiables que proporcionan poder, es un mundo regido por un cruel juego de máscaras, en el cual los personajes ocultan su identidad.
Sternberg filma los espacios con una luz suave, sin acentuar demasiado los contrastes, haciendo resaltar especialmente los elementos del decorado. La película transcurre casi en su integridad en espacios cerrados, en los que las reuniones que se realizan constituyen todo un rito en el que se juega con las almas y se manipulan las conciencias..., hay además una marcada voluntad de mostrar Shanghai como un espacio de representación, un lugar en el que las relaciones de causa-efecto están perfectamente diseñadas.
En definitiva, una de las últimas muestras del talento que nos dejó este perfeccionista de la imagen en general y de los rostros de mujer en particular, un auténtico creador, al que le persiguió cierta aureola de maldito. Tal vez por eso, en esta película desprende esa amargura y ese desencanto hacia el mundo y que esté rodada con la pasión del que comienza a creer que está filmando sus últimos planos en el séptimo arte.
NOTA: 8.
Por Juan Murillo Bodas.
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