Cara
de Ángel y Buenos días, tristeza: dos caras de una misma moneda
Dentro
de la variada filmografía del gran Otto
Preminger existen dos películas que aunque pertenecen a géneros muy
diferentes poseen bastantes puntos en común: Cara de Ángel (Angel Face, 1952) y Buenos días, tristeza (Bonjour tristesse, 1958). Estas
coincidencias residen en algunos aspectos argumentales pero sobre todo en el
personaje central, Dianne (Jean Simmons)
en el caso de la primera y Cécile (Jean
Seberg) en la segunda, dos visiones bastante interesantes del mito de
Electra, aunque muy parecidas con algún aspecto diferente también.
1.
Cara
de Ángel: crónica de una mente perturbada
Cara de Ángel (Angel Face, 1952) parte de un guión de Frank Nugent y Oscar Millard basado en un argumento de Chester Erskine, uno de los personajes más polifacéticos del Hollywood de la época: discreto director de cine comercial (El Huevo y yo, 1947; Andocles y el León, 1952), fue sin embargo un destacable director y empresario teatral de espectáculos en Broadway y ejerció además labores de escritor, productor y guionista cinematográfico.
Cara de Ángel (Angel Face, 1952) parte de un guión de Frank Nugent y Oscar Millard basado en un argumento de Chester Erskine, uno de los personajes más polifacéticos del Hollywood de la época: discreto director de cine comercial (El Huevo y yo, 1947; Andocles y el León, 1952), fue sin embargo un destacable director y empresario teatral de espectáculos en Broadway y ejerció además labores de escritor, productor y guionista cinematográfico.
Aunque
es considerada como una de las películas más importantes del cine negro
americano, lo cierto es que se apunta también a una moda que existió en el
Hollywood de la época por el cine psicológico, más concretamente por las
teorías freudianas. Se realizan films dramáticos, policiacos o de terror (y
alguna que otra comedia) en los que los personajes principales suelen padecer
traumas o conductas patológicas o esquizofrénicas provocadas por hechos del
pasado, con frecuencia relacionados con trágicos sucesos acaecidos durante la
infancia o con traumáticos conflictos en los que aparece siempre la figura del
padre o de la madre. Esta moda que como digo surgió a mediados de los años 40 ha
llegado hasta prácticamente nuestros días y ha dado lugar a grandes films como Recuerda (Spellbound,1945 Alfred Hitchcock),
A través del espejo (The Dark Mirror 1946, Robert Siodmak), Secreto tras la
puerta (Secret Beyond the Door, 1947, Fritz Lang De repente…el último verano (Suddenly,
Last Summer, 1959, Joseph L. Mankiewicz), ), Psicosis (Psycho, 1960, Alfred
Hitchcock), ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962, Robert
Aldrich), Marnie
La Ladrona (Marnie, 1964, Alfred Hitchcock), Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980,
Brian de Palma) o El
silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1991, Jonathan Demme);
pero también grandes fiascos o truños inenarrables como Análisis final (Final Analysis, 1992, Phil Joanou), El color de la
noche Color of Night,1994, Richard Rush) o las españolas, El asesino de muñecas (1975, Miguel Madrid)
o Entre las piernas (1999, Manuel Gomez
Pereira); eso sin contar algunos acercamientos más o menos desafortunados
hacia la figura de Freud como Freud, pasión
secreta (Freud, the Secret Passion 1962, John Huston), Elemental, doctor Freud
(The Seven-Per-Cent Solution, 1976, Herbert Ross) o Un método peligroso (A
Dangerous Method, 2011, David Cronenberg) y alguna que otra parodia
simpática realizada por el inefable Mel Brooks como Máxima ansiedad (High
Anxiety,1977). Por supuesto, el psicoanálisis forma parte fundamental del
humor de Woody Allen desde el comienzo de su carrera como actor y director, así
como de prácticamente toda la obra cinematográfica y teatral del gran Ingmar
Bergman.
Así
Angel Face combina con suma
habilidad lo criminal con lo psicológico, dando como resultado una película más
cercana al drama que el cine negro en sí. El film está protagonizado en sus
papeles principales por una espléndida e inquietante Jean Simmons (Diane), estrella absoluta del film, y un inexpresivo
y limitado Robert Mitchum (Frank
Jessup), que parece llevar siempre una ropa dos tallas más grande, pero que sin
embargo resulta eficaz y convincente en su papel de presunto “pardillo”, ya que debe representar a un
sujeto bastante primario pero con mucho bagaje y al que resulta complicado
manipular o tomar el pelo. Como tercero en discordia, nos encontramos con el
gran Herbert Marshall, como el padre de Diane, un escritor en crisis que ha
dado el “braguetazo” de su vida,
contrayendo matrimonio con una mujer muy rica y que se pasa gran parte del
tiempo en batín, gastando dinero sin ton ni son y sin dar un palo al agua. Su
personaje tiene algunos puntos en común con el que interpretó en algunos dramas
junto a Bette Davis como La Loba (William Wyler, 1941) es decir,
un sujeto pusilánime y blando, sin mucho carácter y siempre a expensas de lo
que ordenen y manden las mujeres de su entorno.
El
argumento es muy simple: Diane siente adoración por su padre y odia a su madrastra.
Piensa que ha cambiado a éste– la culpa de su inactividad literaria - y la película comienza con un intento de
asesinato frustrado por parte de ésta que se queda en un mero accidente sin
importancia. A partir de aquí, Diane
parece que se siente atraída por un conductor de ambulancias llamado Frank
Jessup, que en principio parece que se deja querer por la chica. La relación que ambos mantienen se mueve
siempre en la ambigüedad: ¿Está realmente Diane enamorada de Frank o sólo
quiere manejarlo para conseguir implicarlo en el próximo intento de asesinato
de su madrastra? ¿Es capaz de querer de verdad o sus sentimientos son producto
del capricho? Y en el caso de Jessup, ¿Es tan tonto como parece o simplemente
se está dejando manejar para conseguir así su sueño de poseer su propio taller
de reparaciones de coches de carreras?
En
ese sentido, la creación de Jean Simmons resulta asombrosa y espectacular,
sobrecogedora y perturbadora en grado sumo - desde mi punto de vista, está de Óscar -, ya que refleja a la perfección
con su interpretación los rasgos y conductas de una personalidad bipolar, que
por un lado se siente “enamorada” de su padre y que desea librarse para siempre
de su madrastra, pero por otro cree encontrar en Frank su tabla de salvación
para cambiar y para conseguir ser mejor persona y madurar. Sin embargo, Jessup
no se fía de ella, piensa que está completamente loca y duda de los
sentimientos que dice sentir hacia él. No hace falta contar nada más ya que es
fácil deducir que los acontecimientos se tornan cada vez más dramáticos y que
la historia lógicamente no tendrá un final feliz.
No
quiero dejar de destacar tampoco la banda sonora compuesta por el genial Dimitri Tiomkin que crea un tema
principal que se repite obsesivamente a lo largo del film en diferentes
versiones (orquestal, piano y orquesta, sólo a piano): la siniestra y triste
melodía que Diane toca al piano cuando va a hacer de las suyas o cuando se
siente frustrada o contrariada. La imagen de Jean Simmons al piano, la inquietante y oscura expresión de su
rostro mientras suena la melodía, es fiel reflejo de su mente perturbada y
dividida.
Quizá
sí tendría que poner alguna pega al guión: estructurado en tres actos,
considero que el segundo de ellos en el cuál se desarrolla un proceso judicial
contra la pareja, resulta algo farragoso e innecesario, rompiendo en parte el clímax
planteado al comienzo. En cuanto los personajes salen de la casa o del ambiente
en el que se suelen mover, la película pierde algo de fuerza e interés.
Afortunadamente, cuando el juicio concluye el film recupera el ritmo inicial
así como la atmosfera malsana que se respiraba en el primer acto. En ese
sentido, la realización de Preminger me parece encomiable pero, desde mi punto
de vista, todo el apartado procesal se podía haber contado en elipsis y el film
habría ganado en agilidad y no se habría roto toda la atmosfera claustrofóbica
planteada hasta ese momento. Se pierde un poco la sensación de personajes
enjaulados en un laberinto de pasiones, prisioneros de una relación autodestructiva
y enfermiza, que afortunadamente se recupera durante el trágico desenlace de la
cinta; un film perturbador e inquietante pero también profundamente triste y
nihilista.
2.
Buenos
días, tristeza: las inquietudes de una niña caprichosa
En Buenos días, tristeza, Otto Preminger nos cuenta otra versión del mito de Electra. En esta ocasión el film resulta una adaptación bastante fiel de la novela homónima firmada por Françoise Sagan por parte del guionista Arthur Laurents; libro que se convirtió en una auténtico fenómeno editorial en su momento, en parte por la más que impactante personalidad de la Sagan pero también por el carácter autobiográfico de la obra, algo que forma parte de prácticamente toda su producción literaria.
En Buenos días, tristeza, Otto Preminger nos cuenta otra versión del mito de Electra. En esta ocasión el film resulta una adaptación bastante fiel de la novela homónima firmada por Françoise Sagan por parte del guionista Arthur Laurents; libro que se convirtió en una auténtico fenómeno editorial en su momento, en parte por la más que impactante personalidad de la Sagan pero también por el carácter autobiográfico de la obra, algo que forma parte de prácticamente toda su producción literaria.
En
este film, Preminger y su guionista parece que optan por un argumento más
cercano a la comedia dramática; es decir, no existen planes premeditados de
asesinato por parte de la Electra en cuestión aunque comparte con Cara de Ángel, idéntico punto de
partida: una chica joven de unos veinte años, Céline, interpretada con enorme
naturalidad y frescura por Jean Seberg,
está acostumbrada a vivir con su padre, un reputado publicista pero que es un
auténtico vividor, que la lleva de viaje por todos lados, la deja hacer lo que
quiere y la acostumbra a la buena vida, los casinos, las salas de fiesta o los
veraneos en la Costa Azul. Desde que su esposa murió durante un bombardeo en la
Segunda Guerra Mundial, Raymond, interpretado de manera ajustada y convincente
por el gran David Niven, no ha conocido pareja estable, sino que más bien le
gusta picar de flor en flor, hasta que se aburre y busca una nueva. Esta
personalidad tan libre y tan poco comprometida, apasiona a Céline que ve su
padre un espejo en el cuál reflejarse. Por eso, cuando aparece en sus vidas la
diseñadora Anne Larsson, bajo los rasgos de la correcta y sobria Deborah Kerr,
dispuesta a casarse con Raymond, pretensión con la que éste parece estar de
acuerdo, Céline la ve como una intrusa de la que conviene deshacerse lo antes
posible.
En
ese sentido, la interpretación de Jean
Seberg resulta muy convincente ya que representa de manera genial a esa
niña caprichosa que piensa que una mujer como Anne, tan puritana, recta y
antigua resulta una amenaza no sólo para
su padre sino para el tipo de vida libertina que ambos están acostumbrados a
vivir. A Céline no le importa en absoluto los ligues de Raymond, lo que le
preocupa es que haya encontrado por fin una mujer que le haga sentar la cabeza.
Tampoco
existe en este caso, amante a quién manipular, sino que el plan es realizado
con la complicidad de un ex - ligue de su padre y un chico por el que se siente
atraída sin más y que veranea cerca de su casa. Su plan resulta bastante
inteligente y muy bien urdido pero también en apariencia se nos antoja del todo
inofensivo ni que vaya a tener las consecuencias fatales en las que llega a
desembocar. En ese sentido, comparado con las intrigas de Diane en Angel Face, resulta simpático, una
travesura sin más; sus pretensiones de romper el compromiso de su padre están
más cerca quizá de las estrategias que urdía Julia Roberts en La Boda de mi mejor amigo (My Best Friend's Wedding, 1997, P.J. Hogan).
No nos enfrentamos por tanto con mente criminal alguna; ni siquiera Céline se
nos presenta como una joven perturbada o confundida, sino más bien como una
caprichosa que siente que todo su mundo de ocio y aventura se viene abajo por
la aparición de una “bruja”. Su personaje provoca mayor simpatía que Diane
porque es menos oscuro y perturbador, más “normal”.
En
esta ocasión, Otto Preminger parece querer realizar un film a la europea, no
sólo por las localizaciones (Paris, La Riviera Francesa) sino también por la
estructura en la cual se desarrolla la trama, el tono con el que la historia
está contada, la naturalidad de las interpretaciones (apreciadas en su versión
original) y el envoltorio estético (fotografía, música).
Lo
más destacable sin duda es el planteamiento estructural del argumento ya que la
historia está contada en dos planos: uno, contado en blanco y negro y que
describe el presente de Céline y Raymond; y otro, en color, que se centra en el
pasado durante las vacaciones de ambos en una casa a pie de playa, en la Costa
Azul. La parte en blanco y negro refleja la abulia, la tristeza y el
remordimiento que siente la joven por algo terrible que, según ella, sucedió en
el pasado. El grueso del film lo ocupa la parte en color que refleja la alegría
de ambos durante esa época y la aparición de la diseñadora Anne Larson, como
elemento perturbador, en sus vidas. La narración en color es interrumpida en
breves ocasiones por la que acontece en blanco y negro hasta el desenlace de la
cinta que concluye como comenzó en tonos grises y tristes.
Céline
se nos antoja como una joven alegre y muy moderna, bastante inmadura y voluble,
mientras que Diane en Angel Face
resulta una joven introvertida, misteriosa, oscura pero también dulce y
encantadora; ambas son grandes manipuladoras. En ese sentido, Jean Seberg realiza una creación muy
cercana a su propia personalidad. Donde más brilla sin duda como actriz es en
los momentos en blanco y negro, en los cuáles su rostro refleja los cambios de
su existencia; y en los que se nos describe como aquel duro golpe la ha hecho madurar
pero a fuerza de vivir eternamente atormentada.
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